lunes, 3 de marzo de 2008

Día 10 – La experiencia “panga”

Hoy salimos con la panga del Chino. Dicen que es la más rápida, y que suele llegar a las 11, es decir, 5 horas después de salir, a las 6 de la mañana. He dormido intranquilo porque no me imaginaba muy bien como iba a bajar el lodazal hasta la panga, pero no ha resultado tan difícil, y a las 5 y media ya estábamos con el equipaje a punto de embarcar. No hay mucha gente, nos colocan el equipaje en un compartimento cerrado, ya las 6 en punto zarpamos. La panga es cómoda, más o menos como la del MINSA, pero con un motor de 40 caballos. Con nosotros vienen Lorna y las chelitas. Las chelitas llevaban un pollo pequeño joven atado por una pata, que se les iba cagando todo el rato sobre sus equipajes. Bromeaban que iba a ser un gallo de pelea.

Todo va como una seda hasta que al cabo de 20 minutos nos cruzamos con la panga del Tigre, que está ayudando a otra que tiene el motor averiado. Paramos y esperamos un rato, hasta que consiguen repararla y volvemos a salir. Parece que sólo ha sido un susto, y nos alejamos de la panga del Tigre, que llevaba 3 cerdos adultos a punto de matar, que desprendían un olor ediondo. Si el Chino llega a llevar esos cerdos en su panga, me tengo que bajar. Prefiero ir nadando. Sin embargo, al cabo de poco, regresamos. Parece que la reparación no ha sido efectiva, y empiezan los problemas. Todo el pasaje y la carga de la panga averiada pasa a la nuestra, con lo que al cabo de un rato, y de recoger más pasaje, vamos con la borda casi en el agua y con el motor a penas pudiendo con el peso. La panga lleva más de 40 personas, sacos de frijoles, de elote (maíz), todo tipo de bultos, quilos y quilos de queso rezumando suero por todos lados, y el sol pegando fuerte. Cuando se iba el sol, venía la lluvia. El pasaje por la bahía se hizo interminable, con los rociones mojando justo a los de nuestra fila. Al cabo de 7 horas, a la 1 de la tarde, poníamos el pie en el suelo.

La llegada a Bluefields es caótica. La Panga llega a un muelle minúsculo, atestado de gente que ha venido a comprar las mercancías que traen de las comunidades. En un espacio de menos de 30 metros cuadrados se descargan maletas, negocian compras de frijoles, se venden cuajadas al detalle, se cobra el pasaje y yo intento que no me machaque el pie defendiéndome con mis muletas. Por fin salen nuestros equipajes, que habían quedado sepultados bajos cientos de quilos de frijoles y maíz, y nos vamos a casa en taxi.

Llamamos a casa, porque hacía 3 días que no sabían nada de nosotros, y llamamos a Juan García. Quedamos para que nos pasen a buscar por la Ola a las 3 para ir al cerro a apuntar mejor las antenas. Comemos tranquilos y frescos, y a la hora convenida, más o menos, nos vienen a buscar. Pasamos por el hospital a buscar herramientas y comprobar que el equipo de la Aurora está en marcha, y subimos al cerro. Uno se acostumbra a todo, y el viaje que nos impacto tanto la primera vez ya no nos parece tan horroroso. Esta capacidad de adaptación, que debe ser necesaria para la supervivencia, a veces me entristece, porque nos quita la motivación para reaccionar ante las cosas.

En el cerro hay más trabajo del que preveíamos. Para apuntar las antenas, hay que moverlas de sitio porque uno de los hierros de la torre limitaba sus movimientos. Estamos desde las 3 y media hasta las 6, y Joan y Lluc están encaramados a 10 metros de altura prácticamente todo el rato. Mejoramos 7 dB la comunicación, lo que en la práctica significa que la velocidad del enlace puede mejorar de 1 a 5.5 mbps. El enlace con el hospital no mejora, de hecho empeora, seguramente por la nueva posición de la antena, pero como sigue estando mucho mejor que el otro enlace, lo damos por bueno.

Nos llevan a la casa. Llamo a Gloria Mangas, la abogada que había luchado tanto por este proyecto cuando TSF estuvo aquí hace año y medio, pero que ahora está desvinculada de Desos. Se lleva una gran alegría cuando le digo que el proyecto finalmente se ha podido llevar a cabo. Ella es ahora directora en la RAAS del Instituto de Desarrollo Rural (IDR), y nos invita a establecer una colaboración. Está ahora en Managua, y quedamos en vernos el miércoles por la tarde, cuando tenemos planeado hacer una pequeña celebración de fin de proyecto.

Nos llama Ernesto, el doctor de la Aurora. Está en Bluefields. Resulta que la emergencia era una embarazada de 7 meses, que llegó sangrando a la consulta, después de caminar 3 horas desde su comunidad. Estaba dilatada de 3 cm, y el feto tenía taquicardia (Ernesto tiene un aparato Doppler para este diagnóstico). Este fue el primer caso para nuestro proyecto. Ernesto inmediatament llamó por teléfono al hospital, y se puso en contacto con el doctor Salud Silva, un médico con más experiencia que también había hecho su servicio social en La Aurora. El doctor Silva le indicó a Ernesto qué le tenía que administrar a la madre, y quedaron de acuerdo en trasladarla urgentemente al hospital. Las embarazadas tienen el combustible pagado. En el hospital le pudieron inyectar 3 dosis de corticoides para acelerar el desarrollo de los pulmones antes de que la madre diera finalmente a luz a un bebé de 1,6 Kg, con grandes posibilidades de sobrevivir.

No podíamos haber pedido un caso mejor para inaugurar nuestro proyecto. Imaginamos como debía ser antes, con Ernesto teniendo que tomar él solo las decisiones, apenas un año después de acabar la carrera, y sin tener aún la especialidad. La posibilidad de consultar con un especialista con experiencia parece lo mínimo que se le debe condecer a un médico en la situación de Ernesto. Ni que decir tiene que nos sentimos muy orgullosos de nuestro trabajo, y completamente convencidos de su utilidad. No arreglaremos el mundo, pero sí ayudamos mucho a unas pocas personas. En la perspectiva global, nuestro proyecto es insignificante, pero para esta madre, que además era primeriza, puede haber significado la diferencia entre un hijo sano o un aborto a bordo de una panga. Mucho más no podemos pedir.

Quedamos para cenar con Ernesto. Viene a la casa, y vamos al Luna's Ranch, que él nos recomienda. Como todos los restaurantes a los que vamos, está prácticamente vacío. En este restaurante, lleno de fotos antiguas de Bluefields, tienen pescado. A pesar de estar en una bahía, a penas hay pescado en Bluefields. Pedimos dos pargos y una langosta al ajillo. Nunca habíamos pedido langosta porque el precio nos parecía tan barato, que pensábamos que había gato encerrado. Ernesto nos animó, y resultó que era una langosta normal, que efectivamente es sorprendentemente barata. El lugar nos encanta, pero nos estamos quedando sin noches para repetir.

Después de cenar, llegamos a casa, y conseguimos conectarnos a Internet usando la conexión inalámbrica de un vecino de abajo. Nos ponemos al día del correo electrónico, subo las crónicas a blogspot, y a la cama.

Rafa

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