viernes, 29 de febrero de 2008

Día 7 - ¡Contacto!

Nos levantamos a las 5, sin sueño, llenos de adrenalina, porque todos sabemos que hoy, 29 de Febrero, es el día D, el día clave de un proyecto que empezó a gestarse hace más de dos años, y que ha pasado por muchas vicisitudes. Todos los éxitos parciales conseguidos hasta ahora no servirán de nada si no conseguimos establecer la comunicación entre La Aurora y el Cerro Aberdeen, y son 33 k. Son 33 km que hay que salvar utilizando una potencia máxima de 23 dBm, menos de un cuarto de Watio, tan poca que el transmisor podría funcionar perfectamente a pilas. Un día magnífico, el 29 de Febrero, para ponerle la guinda a este proyecto.

A las 6 menos cuarto aún no ha aparecido nadie por la casa, a pesar de que habían prometido pasar a las 5 y media. Llamada, excusa de que van con la hora Nica, bronca medio en broma, medio en serio, y en seguida llegan. Bueno, todos, menos el ingeniero Juan García al que hay que pasar a buscar el último por el hotel, y nos hace esperar 20 minutos: se le han pegado las sábanas. Le silbamos desde la calle y aparece. Vamos al muelle, donde Rafael el panguero nos espera. El día amenaza lluvia pero Justo, el chofer, nos tranquiliza: por esta zona no lloverá. Llegamos al muelle, y justo cuando acabamos de cargar todo el equipaje y envolverlo en plástico, empieza a diluviar, bueno, empieza a diluviar según nosotros, según ellos es sólo una “garuba”, una lluvia suave. Justo, el chófer, no se ganará la vida como metereólogo, y yo me pongo de muy mal humor, porque pienso que podríamos haber salido ayer, que hacía bueno, si no se hubieran retrasado los equipos. Me da miedo que se nos moje algo y se vaya el proyecto al garete.

En el muelle estaban Laura, Lídia y Marta, y finalmente se añaden a la expedición. Partimos, pero no antes sin pasar más de media hora para que nos den el “zarpe”. Nos piden lista de nombres, luego vuelven a por las edades, y cuando pidieron los números de pasaporte Francisco ya se enfadó y le dieron el documento. A las 7 parece que ya salimos, a toda velocidad con los 115 caballos del fuera borda, que consume 1 galón cada cinco minutos (1 € cada dos minutos). Cuando ya estábamos a la altura del aeropuerto, Francisco se da cuenta de que se ha dejado las bridas. No lo dudo ni un momento ¡atrás! Las bridas fueron fundamentales en el cerro y seguramento lo volverán a ser en La Aurora. En el muelle, hemos de esperar a que el encargado, que normalmente entra a las 8, llegue rápido de su casa. Salimos por segunda vez a la 7:30.

El viaje empieza rápido, cruzando la bahía de Bluefields, lleno de pequeñas barcas pescando los camarones alevines, o “chacalines”, que aunque sean más baratos y menos apreciados, a mi me gustan más. La bahía está tan polucionada, que siempre los sirven completamente limpios de las tripas. El río es una larga sucesión de meandros, que en su tramo más bajo recorremos a toda velocidad, derrapando incluso. La vegetación es densa a lado y lado, y el río, completamente en calma, la refleja como un espejo. No vemos fauna, aunque dicen que suele haber “guajipales”, o cocodrilos, y tortugas. A medida que remontamos el río Kukra, el cauce se hace más estrecho, más lleno de troncos y piedras, y la velocidad disminuye sensiblemente, con lo que no sacamos partido de nuestro potente motor. Un recorrido que en la época de crecidas dura dos horas, nos lleva 3 horas y media, y a las 11, llegamos a la Aurora. Por el camino nos llueve a cántaros, o garuba, según a quien se le pregunte. Yo me pongo mi funda de plástico sobre el yeso, pero el resto, incluidos los pantalones se cala completamente. No sé por qué, me acuerdo de Justo. A mí sólo me preocupan mi yeso y los equipos. En realidad más los equipos.

El río está unos 3 ó 4 metros por debajo de su nivel normal, con lo que el muelle es una estructura inalcanzable a dos pisos de altura. Para subir, sólo hay un barrizal de más de 45 grados de pendiente, que normalmente es el lecho del río. No sé como voy a subir, pero finalmente encontramos un lugar por el que, con la inestimable ayuda de Joan y su 1,90 de estatura, consigo llegar a la parte de prado por donde ya puedo transitar más cómodamente. A duras penas descargan todo el equipaje. Cuando les veo dar resbalones con una caja enorme con un ordenador dentro, por un momento me pregunto si todo esto va a valer la pena, si no estaremos empeñándonos en traer a este lugar una tecnología que no se adapte o que nadie pide. Pero me obligo a concentrarme en la tarea que tenemos por delante. Demasiada gente ha luchado mucho por llegar a este momento, entre ellos Toni, Albert, Pau y Neus, y no voy a ser yo el que flaquee en este momento.

La Aurora nos impacta con un soplo de optimismo. Se respira paz. No sé por qué, pero es así. Hay prados verdes, casas de madera, campesinos en mulo con el machete al cinto, cerdos y perros compartiendo las calles, y mucha menos basura que en Bluefields. Eso si que es un soplo de aire fresco. Sea como fuere, el lugar nos pone la adrenalina al máximo, y con la ropa mojada y los pies embarrados, apunto con mi muleta hacia la torre de madera que nos han construido para alojar la antena. “Sólo está a 29 metros del centro de salud”, se disculpan. Nosotros habíamos pedido que estuviera a menos de 30 metros, pero por el camino, el mensaje se convirtió a que estuviera “al menos” a 30 metros. Cosas de la comunicación, el mayor problema en todos los proyectos, como les digo siempre a mis alumnos. En fin, el lugar de la torre es idóneo, en una loma, y tenemos cable suficiente, aunque haya que hacer un empalme. Para construir la torre estuvieron trabajando 8 voluntarios durante 5 días. La Torre es una estructura de 4 columnas, de 6 metros de altura, con una plataforma arriba de algo más de un metro cuadrado, idónea para trabajar y apuntar la antena. Además tiene una escalera en uno de los cuatro laterales. Ideal.

Nos ponemos a trabajar frenéticamente. Hay que hacer encajes en la madera, para lo que el machete se demuestra como la herramienta perfecta. Colocamos las bridas, el tubo galvanizado, la antena, el equipo, tendemos cables. A la 1:30, dos horas y media después de haber llegado ya tenemos todo listo. Ahora sí es el momento clave. Encontramos pequeños detalles que corregir. Parece que busquemos excusas para no enfrentarnos a la prueba final. Juan y Francisco han estado trabajando en conectar el nuevo inversor a las baterías, pero resulta que es demasiado potente y las baterías no dan a basto. Por suerte otra ONG, Acción Médica, ha prestado uno. Entre tanto, nos traen un generador de gasoil de 900 Watios, al que añaden un litro de gasolina de una botella de plástico. Calculamos el consumo de nuestros equipos: menos de 500 Watios. Arrancamos el generador. La luz del Power Insertion Unit se pone verde, esto está bien. Arrancamos el ordenador. Telnet 192.168.1.42. Contesta el VIP de La Aurora. Login: public. Show. Aparece el enlace con el cerro. Alegría general, el enlace está establecido, aunque la potencia recibida es baja. ¿Funcionará el teléfono? Marco el 101. Suena y suena, parece que funciona, pero nadie contesta. Finalmente, una voz al otro lado confirma que estamos hablando con el hospital de Bluefields. ¡Contacto!

La alegría general es inmensa. Todo el mundo considera fantástico tener contacto telefónico con el hospital, especialmente Ernesto Ulloa, un médico joven que lleva un año de servicio social en La Aurora. El servicio social es obligatorio para todos los médicos recien licenciados antes de especializarse. Es la manera que tiene el MINSA de proveer de sanidad a las zonas rurales a muy bajo coste. En el caso de La Aurora, Ernesto atiende a una población de 20.000 habitantes, distribuida en una zona de 32 comunidades, las más lejanas a 7 horas a pie. Ernesto está encantado con el proyecto, tanto que él mismo pasó toda la semana dedicando todos sus ratos libres a construir la torre. No hay duda, el proyecto era muy necesitado, y es muy, pero que muy apreciado. Don Leónidas, el ingeniero de Desos en La Aurora, también está muy contento, y también colaboró mucho en la construcción de la torre.

Ahora ya podemos colocar las maletas. Nos habíamos puesto a trabajar tan de inmediato, que ni siquiera nos habíamos colocado. Finalmente hoy dormiremos en el propio centro de salud. A mí me toca la sala de partos. Dormiré al lado de la mesa de partos, en la cama en la que las madres pasan las primeras horas con sus bebés.

Nos ponemos a comer la comida que nos han traído de una casa: arroz, frijoles y pollo frito, aderezado con “chile cabro”, unos pimientos muy picantes. ¡Qué a gusto se come cuando el trabajo ha salido bien! Después de comer hacemos algunas pruebas de videoconferencia, transferencia de archivos y llamadas telefónicas. El teléfono se oye perfecto, la transferencia de archivos es muy rápida, y archivos de varios megas pasan en menos de un minuto. La videoconferencia tiene algo menos de calidad, pero estamos seguros que parte del problema es de la aplicación Netmeeting, que es la que usamos para las videoconferencias. Sin embargo, el enlace está funcionando algo al límite de la potencia mínima necesaria. Habrá que intentar apuntar mejor las antenas. Lo intentamos con la antena de La Aurora, pero no conseguimos gran cosa. Esperemos que en la del cerro si que encontremos mejoría. A última hora, el enlace deja de funcionar. Parece que Juan García, al graparlo sobre las vigas del tejado, ha forzado el empalme y se debe haber soltado. Ya lo repararemos mañana.

Hoy hay que celebrarlo. Llevamos muchos días en tensión, pensando casi sólo en el proyecto, y hoy toca alegrarse. Vamos a cenar donde la “Chica” (Francisca), y nos sirve: pollo frito, arroz, frijoles y chiles cabros. Bebemos muchas Toñas y, lo prometido es deuda, fumo uno de los cigarrillos de Lluc, asombrando a todo el mundo con mi habilidad para liarlo. En el camino de vuelta, siempre con mi bolsa protegiendo el pie, observamos un cielo plagado de estrellas. Volvemos al centro de salud, y a dormir, que hoy nos lo hemos ganado.

Rafa

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